Desplazamientos geoepistemológicos en América Latina.

March 30, 2018

En septiembre de 2015 arribé por vez primera a Sudamérica. Mi primera visión del mundo latinoamericano (o hispanoamericano, dirán algunos) fue la ciudad de Quito, con sus 2.800 metros de altitud y su imponente volcán Pichincha. Recuerdo que en aquel primer paseo por la Avenida Amazonas iba yo pensando en el famoso "mal de altura", sobre el cual había sido advertido en numerosas ocasiones. Ese trastorno, que en el Ecuador se conoce como "soroche", se produce por la inadaptación del organismo a la hipoxia (falta de oxígeno) propia de las grandes altitudes. Los síntomas pueden ser mareos, cefaleas, náuseas, agotamiento físico o taquicardias. Sin embargo, nunca padecí esta sintomatología. En mis andanzas y andaduras por el Ecuador nunca sufrí el mal de altura o soroche. Pero, con el transcurrir de los meses, sí sufrí otro trastorno más inesperado: una suerte de "soroche epistémico". En efecto, algunas de mis ideas heredadas mostraron importantes problemas de adaptación en el nuevo medio, se debilitaron y tambalearon.

Obtuve un doctorado en Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid. Tuve magníficos profesores, a los que aún admiro. Sin embargo, fui educado en un canon absolutamente eurocéntrico. La incuestionada idea que cualquier estudiante extrae de semejante plan de estudios es que la verdadera Historia de la Humanidad comenzaba en la Antigua Grecia y terminaba en la Revolución Francesa. Porque la colonialidad (este concepto es uno de los más determinantes de todos los que he aprendido en tierras americanas) opera en todas las ausencias que jalonan el relato consagrado de la modernidad europea. ¿Qué son estas ausencias? Todas aquellas experiencias, perspectivas y saberes que fueron silenciados, subalternizados y oscurecidos. Es muy importante, en este caso, observar la consistencia pasiva del tiempo verbal: oscurecidos (y no "oscuros"); es decir, prácticas o saberes que fueron marginados, acallados, denigrados y pisoteados. 



La Historia de Europa (escrita con hache mayúscula, desde luego, porque ella constituía la única historia verdadera), se trazaba como una línea evolutiva y endógena que atravesaba, en un glorioso camino hacia la culminación de sí misma, los siguientes puntos álgidos: Grecia-Roma-Cristianismo-Renacimiento-Reforma-Ilustración. El admirable e imprescindibe Enrique Dussel ha insistido mucho en esta cuestión. De acuerdo con semejante paradigma, cuya apoteosis más acabada se plasma en la filosofía de la historia pergeñada por Hegel, Europa poseería características internas esencialmente excepcionales que le habrían permitieron superar, a través de su exquisita e inigualable racionalidad, a todas las demás culturas del planeta. Europa, dentro de este consagrado esquema, se habría desarrollado de forma auto-referencial, en un despliegue lineal y autopoiético que arrancó en la antigua Hélade y desembocó en la Ilustración. Pero tal periodización, replicada y enseñada en todas las Universidades de Europa, es completamente mitológica. Una fábula. Se dijo durante mucho tiempo que la Modernidad empezó cuando el señor Gutenberg inventó la imprenta (todavía hoy se enseña así en casi todas partes), pero ya sabemos que fueron los chinos los que la inventaron muchos siglos atrás (en el siglo VI, concretamente); y no sólo la imprenta, sino multitud de técnicas y tecnologías (que presuponemos genuinas de la inventiva europea) fueron en verdad desarrolladas en China con bastante antelación. ¿Y qué es la "Edad Media", el otro eslabón del gran relato eurocéntrico? Se trata, simplemente, de ese largo período en el cual la Cristiandad no era más que un terruño periférico, culturalmente débil y asediado (desde el suroeste ibérico y desde el sureste balcánico) por una gran civilización que, en esos momentos, alcanzaba niveles espléndidos en las artes, la medicina, las matemáticas o la filosofía. Aristóteles jamás habría llegado a Europa, de no ser por la filosofía islámica. No podemos dejar de consignar que ese relato que conecta (en una suerte de mística afinidad) la Grecia clásica con la moderna Europa es poco más que una simple construcción ideológica, una maniobra ejecutada por los románticos alemanes. Cuando lo cierto es, por mucho que algunos puedan o quieran sorprenderse, que lo que hoy denominamos "Europa occidental" representaba para los griegos clásicos un territorio de bárbaros, un espacio ajeno a su mundo, una geografía sin demasiado valor. 

Esa magnífica y artificiosa diacronía, presentada como un transcurso evolutivo sin solución de continuidad que empezó en Grecia y culminó teleológicamente en la Ilustración, afianzó una matriz de percepción histórica muy útil para las potencias coloniales, toda vez que cualquier otra forma cultural ajena a la europea quedaba inmediatamente expulsada del devenir racional del mundo. Todas las otras formas de vivir, hacer, sentir y conocer aparecían inmediatamente como supersticiones desechables y rémoras eliminables. Porque la gestación misma de la identidad moderna, como cuerpo de discursos y como conjunto de prácticas, se hallaría indisolublemente vinculada a un ejercicio incesante de lo colonial. Algunos pensadores muy críticos con la narrativa eurocéntrica hegemónica han sugerido que en las entrañas del egocéntrico y monológico yo pienso, gesto teórico cartesiano que inaugura la modernidad filosófica europea, podríamos leer lo siguiente: "todos los no-europeos son incapaces de pensar" y, en consecuencia, se hallan "desprovistos de ser". La colonialidad alcanzaría ese plano tan radical, ontológico, toda vez que la subalternización epistémica de los pueblos no-europeos conllevaría, en último término, su configuración como "subhumanos".

El eurocentrismo, en definitiva, surge cuando la historia provincial de Europa pretende ser el cauce principal y esencial de la Historia Universal. En el interior de esta poderosa y envolvente construcción filosófico-temporal, todos esos territorios humanos no-europeos (o no-occidentales) son ubicados en una anterioridad que es pensada e imaginada como incompleta, carente e inferior; sociedades, en suma, que han de ser mejoradas o superadas, esto es, traídas al presente. Porque ambas sociedades (la potencia colonizadora y la sociedad colonizada) coexisten en el espacio, pero no en el tiempo. El vector-tiempo, ese eje inexorable por el cual transcurría el progreso objetivo del espíritu humano, determinaba que las comunidades humanas sometidas al poder colonial habitaban un "tiempo anterior", en lo referente a su organización material y despliegue espiritual; mientras que las sociedades europeas colonizadoras habitaban un "tiempo presente", esto es, un tiempo avanzado y por ello mismo intrínsecamente superior.

Cuando hice las maletas y me subí a un avión en el aeropuerto de Madrid, yo apenas tenía conciencia de todo lo dicho. Mi destino era desempeñar la labor docente en una pequeña y humilde Universidad ecuatoriana, pero nunca pude imaginar que aquel desplazamiento físico sería también, y quizás principalmente, un desplazamiento geoepistemológico. La palabra "eurocentrismo", antes de aquel viaje, apenas había resonado en mi conciencia. Pero una nueva vida en América Latina empezó a descubrirme nuevas perspectivas teóricas que, de haber continuado en España, jamás hubiera siquiera explorado. Viajé por Ecuador, Colombia, Perú, Venezuela, Paraguay, Cuba, Costa Rica, Argentina, Uruguay…y mi antigua conciencia sufrió fracturas internas, disonancias semánticas. Viejas solideces epistémicas empezaron a desestabilizarse, se fraguaron nuevos encuentros humanos e inéditos aprendizajes.

Y entonces empecé a leer a todos los pensadores y pensadoras (apenas estudiados en Europa) que se sitúan de una manera más o menos explícita en la órbita de ese "giro decolonial" practicado por el llamado "Grupo Modernidad/Colonialidad": Santiago Castro-Gómez, Ramón Grosfoguel, Aníbal Quijano, Silvia Rivera Cusicanqui, Walter Mignolo, Arturo Escobar, Boaventura de Sousa Santos, Edgardo Lander, Nelson Maldonado-Torres, María Lugones, Fernando Coronil o Catherine Walsh. También estudié la Teoría de la Dependencia, la filosofía de la liberación de Enrique Dussel, la teología crítica de Franz Hinkelammert, la pedagogía del oprimido de Paulo Freire, el socialismo amerindio de José Carlos Mariátegui. Me adentré en los estudios poscoloniales y en el Grupo de Estudios Subalternos leyendo a Homi Bhabha, Gayatri Spivak, Ranahit Guha, Edward Said o Dipesh Chakrabarty. Estos últimos no son autores latinoamericanos, pero jamás los habría estudiado en profundidad de no haber sido por el desplazamiento geográfico y epistémico que experimenté en tierras sudamericanas. También conocí las imprescindibles aportaciones del pensamiento afro en las obras Aimé Césaire, Frantz Fanon, Eric Williams, Achille Mbembe o Valentin-Yves Mudimbe. Aparecieron ante mis ojos pensadores y estudiosas como Rita Laura Segato, Bolívar Echeverría, José Enrique Rodó, Fernando Ortiz, Darcy Ribeiro, Viveiros de Castro, Leopoldo Zea, Gloria Anzaldúa, Rodolfo Stavenhagen, Arturo Andrés Roig, Michel-Rolph Trouillot…y otros muchos que ahora ni siquiera puedo enumerar. Ellos y ellas sacudieron mis certezas previas, y pude adentrarme en todo aquello que ha permanecido como impensado incluso para los discursos europeos más críticos. Epistemologías del sur, colonialidad del poder y del saber, violencia epistémica, geopolítica del conocimiento, racismo epistémico, interculturalidad, Sumak Kawsay, negritud, colonialismo interno, subalternización, nordomanía, interseccionalidad de género, raza y clase…un nuevo léxico conceptual que me ha permitido repensar múltiples problemas que, de haber permanecido enclaustrado en la tradición eurocéntrica, ni siquiera se me habrían aparecido como problemas.

*Fotos: Laura Borrás Lozano

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How to Cite: Polo Blanco, J. (2018). Colonialidad múltiple en América Latina: Estructuras de dependencia, relatos de subalternidad. Latin American Research Review53(1), 111–125. DOI: http://doi.org/10.25222/larr.243

About Author(s)

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Jorge Polo Blanco
Nacido en 1983 (Guadalajara, España), es Doctor en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid. Ha publicado una treintena de artículos en revistas académicas especializadas, y otras colaboraciones en obras colectivas. También ha publicado dos libros: Perfiles posmodernos. Algunas derivas del pensamiento contemporáneo (Dykinson, Madrid, 2010); y La economía tiránica. Sociedad mercantilizada, dictadura financiera y soberanía popular (Carpe Noctem, Madrid, 2015). Actualmente, prepara un ensayo sobre la filosofía política de Friedrich Nietzsche. Desde finales de 2015, ha desempeñado su labor docente e investigadora en distintas Universidades de la República del Ecuador. Email: hiperbolik1983@hotmail.com