La Vida No Vale Nada

—¡Pónchale las llantas, pónchale las llantas!— se escucha el grito desesperado de una mujer, mientras en el video se ve como un grupo de policías huyen de la escena donde, minutos después, se aprecia como un grupo de sicarios saca a un hombre de una casa. ¡Bam, bam, bam! Se alcanza a escuchar el tronido de las armas automáticas seguido del grito adolorido de la misma mujer. Otro asesinato más. El angustioso video fue grabado con un teléfono celular en la localidad de Cristo Rey en el municipio de Escuinapa, Sinaloa y se volvió viral en cuestión de días. El País y The Independent lo compartieron en su edición en línea y el video lleva más de medio millón de reproducciones en Youtube. Para muchos resultara incomprensible, pero para otros ratificará la hipótesis de que México es una sucursal del mundo al revés de Galeano, donde los policías no protegen a la gente, sino que huyen porque están del lado de los criminales, o bien son los criminales.

En esta misma sucursal del mundo al revés, el Secretario de Seguridad de Sinaloa exculpa a los policías argumentando que huyeron para proteger a los civiles. —Imagínate, si ellos accionan las armas y llegan a matar un niño, llegan a matar a alguien, pues también son responsables por delito de homicidio— fue la respuestaque dio el funcionario ante las incisivas preguntas de la prensa. Pero como siempre tiene que haber un chivo expiatorio, el perdón duró poco y los policías fueron procesados y acusados de homicidio. ¿Y los sicarios?, se preguntará el lector. De ellos seguramente no sabremos nada. Así es la justicia en este país.

Aunque el acontecimiento ha sido opacado por la investigación y la orden de aprehensión contra la “peligrosísima” Kate del Castillo, no faltará el funcionario vivales que afirme que ese tipo de situaciones podría erradicarse con la implementación del modelo policial de mando único. Como sabemos, este modelo implica la desaparición de las policías municipales y su absorción por las policías estatales. En principio, este cambio está pensado para combatir la penetración criminal que sufren gran parte de las policías municipales del país; sin embargo, no toma en consideración que dicha penetración también se ha dado a nivel estatal y federal. Las denuncias por desaparición forzada y otras violaciones graves a los derechos humanos que presentan instituciones estatales y federales son la muestra fehaciente de que el problema va mucho más allá del ramo municipal.

Hay una campaña muy bien aceitada por parte del gobierno federal para que se acepte y se implemente el mando único policial. Los escasos defensores del proyecto afirman que es la única forma de evitar que se vuelvan a cometer crímenes como los de Iguala o la reciente desaparición forzada de 5 jóvenes en Tierra Blanca, Veracruz. Sin embargo, de implementarse, no deja de ser una reforma cosmética y superficial que no atiende los problemas de fondo de las instituciones policiales del país. Problemas como que los policías no tengan casi prácticas de tiro, que se tengan que comprar sus propios chalecos antibalas, que trabajen turnos de 24 horas, que sean obligados a corromperse por sus superiores, que tengan bajísimos salarios, entre otros. Todo parece indicar que será otra reforma gatopardesca donde parece que todo cambia para que nada cambie en realidad.

Nada va a cambiar porque, de ser aceptado el mando único, las policías van a estar bajo el mando estatal. Si algo nos quedó claro con el fugaz arresto de Humberto Moreira en España es que la trayectoria natural de la mayoría de los gobernadores debe ser de la función pública a la cárcel. ¿Son capaces de imaginarse a todo un cuerpo de policía bajo el mando de Javier Duarte o Beto Borge? Igual no sería muy diferente de lo que pasa ahora, pero sería como regalarle un tubo o un puño de hierro al bully del salón en vez de reprenderlo.

Más allá de la discusión sobre el mando único policial, lo que más me sorprende y me entristece es que acontecimientos como el de Escuinapa o el asesinato de un bebé de 7 meses junto con sus padres a la salida de una tienda en Pinotepa Nacional, Oaxaca hayan sido normalizados. Pensando en la guerra contra el terror, Adriana Cavarero[1] menciona que más que la muerte, la normalidad es lo que le da sustrato a la nueva condición de víctima. Agrega que el único valor de las muertes está en su aleatoriedad, lo que las convierte en intercambiables y ejemplares al mismo tiempo. Esto es exactamente lo que sucede en México: la semana pasada fue el hombre en Escuinapa y la pareja con el bebé, pero hace tres semanas fueron tres cuerpos tirados en la carretera de Xalapa y en enero fueron decenas de asesinatos tan solo en el estado de Guerrero. El goteo de asesinatos es cotidiano y se percibe escalofriantemente normal.

El corolario de lo anterior es que, como decía José Alfredo: la vida no vale nada. Y si vale, es lo que cuesta un celular o lo que le pagan a un sicario por hacer su chamba. Pero más que con la de José Alfredo, me quedo con otra canción del mismo título pero de Pablo Milanés que tiene una estrofa que le queda demasiado bien a nuestro entumecimiento nacional: “La vida no vale nada si escucho un grito mortal y no es capaz de tocar mi corazón que se apaga”.

 


 

Referencias:

[1] Adriana Cavarero. Horrorism: Naming Contemporary Violence. New York: Columbia University Press, 2009.

 

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