«Mejor repartir que competir». Esta parece ser la consigna para embelesar a los adversarios políticos que impera en la República Dominicana… pragmática heredera de aquella otra de «mejor pagar que matar» de tiempos oscuros que se vislumbran ya lejanos. A tres meses de las elecciones presidenciales, legislativas y municipales, la cooperación estratégica entre las élites políticas parece confirmar en el país que son las encuestas las que legitiman las urnas y que la intimidad del despacho sustituye a la contienda en las convenciones internas.
El histórico acuerdo entre el oficialista Partido de la Liberación Dominicana (PLD) y el opositor Partido Revolucionario Dominicano (PRD) de concurrir juntos en alianza el próximo 15 de mayo, resuelve anticipadamente la incertidumbre de los resultados en las urnas y refrenda la deriva cartel informal de la competición política dominicana. El acceso patrimonialista a los recursos del Estado y el interés por la propia supervivencia institucional son los objetivos inmediatistas de este acuerdo del establishment político dominicano que a pesar del boato publicitario, poco tiene de programático y mucho de aquel reparto entre Ortega y Alemán en la Nicaragua de la pasada década.
El primero de los arreglos que allanó el camino para el que se anuncia como futuro "Gobierno Compartido de Unidad Nacional", tuvo lugar en mayo de 2015. Amparándose en la supuesta voluntad ciudadana que reflejaban los índices de popularidad del Presidente Medina en las encuestas, PLD y PRD acordaron una reforma que daba vía libre a la repostulación de Medina sustituyendo la reelección no consecutiva por la fórmula de reelección por un solo periodo. Como sucediera en 2002 y 2010, la Carta Magna vuelve a sufrir los envites de las aspiraciones de sus presidentes, en un país donde es más fácil aunar voluntades para reformar una Constitución que aprobar una Ley de Partidos, por más de una década desahuciada en trámite parlamentario.
El acuerdo de alianza provocaba un cisma tanto en el oficialista PLD como en la oposición. En el primero, se resolvía en la intimidad del comité político, dondeleonelistas y danilistas ponían precio al cambio de turno en sus posibilidades y en las de sus respectivas camarillas. En el segundo, los aspirantes PRDeístas a regidores, síndicos, diputados y senadores quedaban en vilo a la espera de las negociaciones en las que se decidía qué le tocaba a cada partido. Esta confecciónad hoc y al alimón de la boleta en cada circunscripción ha dado el pistoletazo de salida a la estampida transfuguista de los no agraciados en busca de mejores opciones. En 2014, un año antes de este acuerdo, había tenido lugar la enésima atomización del PRD tras la pelea entre miguelistas e hipolitistas, zanjada con la salida de estos últimos y la fundación del Partido Revolucionario Moderno (PRM). El tercero en discordia, el Partido Reformista Social Cristiano (PRSC) actual socio del gobierno oficialista del PLD, no llegó a un acuerdo en el número de plazas a repartir en la contienda que se aproxima, por lo que acudirá esta vez de la mano del recién creado PRM. También en el reformismo se han producido disidencias, como la de su cacique más ilustre, que se lanzará con el Partido Liberal Reformista (PLR) concebido para la ocasión.
Así las cosas, el 15 de mayo de 2016 los dominicanos y dominicanas decidirán su voto entre dos alianzas con banderas partidarias antagónicas que destiñen las añejas lealtades moradas, blancas, rojas y azules. Si el PLD (37,7%) y el PRD (42,1%) de la pasada contienda de 2012 sumaban el 80% de los votos, la única incertidumbre por resolver en las urnas es la fuerza electoral del hoy neófito PRM. De ser mucha, en una hipotética segunda vuelta se cotizarían al alza la compañía de los minoritarios FNP, PQDC, AP, OD y APD. Todos ellos han bailado en aguas moradas y blancas. Para evitar posicionarse en este nebuloso escenario, alguno de ellos ha optado por fórmulas aliancistas más proféticas como las del partido PQDC, socio del oficialismo en las últimas contiendas y que en esta ocasión "irá aliado al señor Jesucristo y a sus candidatos".1
El caso dominicano pone de manifiesto la poca atención que la literatura ha prestado a la cooperación estratégica en sistemas políticos de baja estructuración programática, centrada principalmente en el estudio de la colaboración para definir políticas y distribuir cargos ministeriales en el Presidencialismo de Coalición del Cono Sur. Este es el objetivo del modelo de cooperación estratégica que se presenta con ocasión del repaso a los pactos, alianzas y experiencias transfuguistas que han tenido lugar en la República Dominicana desde la transición hasta la actualidad (Benito 2015).2 En él se tipifican las diferentes formas de interacción según sus protagonistas [élites, partidos o candidatos], en una orientación dicotómica [particularista versus generalista] determinada por el repertorio de costes e incentivos.
A partir de los instrumentos identificados, el modelo permite aventurar las consecuencias en la institucionalización del sistema de partidos y el tipo de régimen cuando la cooperación tiene lugar tanto en democracias de legitimidad clientelar como programática. La experiencia dominicana evidencia que la capacidad consociacional no siempre se pone al servicio de la gobernabilidad democrática, sino que por el contrario, puede reforzar el proceso de institucionalización perversa.
Las dinámicas arreglistas del actual escenario pre electoral en la República Dominicana revelan que la competencia oligopólica -una ligera ventaja determina el control total de los recursos públicos- invita a la clase política a convenir y repartir. El resultado es un Presidencialismo pseudo pluralista que comparte (solo) un pedazo de la gestión clientelar del Estado con sus aliados. En ausencia de carrera civil, la jugosa recompensa hace que proliferen los partidos minoritarios como fuente inagotable de futuros colegas al servicio del mejor postor. Los aleja de la oposición fiscalizadora y los relega a la administración pública donde, a cambio del apoyo prestado, ejercen de patronos de un contrato deoutsourcing de personal para colocar en las oficinas gubernamentales a sus propias clientelas.
Este clientelismo de partido no es más que la otra cara del asistencialismo particularista sin redistribución de la política nacional. En ambos, el rédito individual y corporativo de la supervivencia menoscaba la universalidad de los resultados democráticos, por lo que todo apunta a que la República Dominicana seguirá liderando los rankings regionales y mundiales que miden la intensidad de los intercambios de favores por votos con la llegada de las elecciones.3
Nota:
1 Ver noticia "PQDC llevará en la boleta cristianos de cualquier rama" en periódico HOY, del 2 de marzo de 2016.
2 BENITO SÁNCHEZ, A.B. (2015). "Pactos, alianzas electorales y trashumancias: Patrones de la cooperación estratégica en el sistema de partidos de la República Dominicana¨. Revista Política y Gobierno, Vol. XXII, Núm. 1, I Semestre, pp.87-123. En http://www.politicaygobierno.cide.edu/index.php/pyg/article/view/114
3 Ver encuestas de opinión del Barómetro de las Américas (LAPOP 2010); del Proyecto Elites Parlamentarias Latinoamericanas (PELA 2014); y del proyecto Democratic Accountability and Citizen-Politician Linkages Around The World (Kitschelt y Kselman 2011).