Un Banco Central Independiente para Argentina

October 13, 2016

Lo mejor de un banco central independiente es que maximiza las chances de que la política monetaria logre estabilidad, no sólo en la inflación, sino también en el crecimiento. Es un rol a primera vista poco sexy, pero uno de los más genuinamente progresistas al que puede aspirar la política pública.

En una presentación para Understanding Reform, un proyecto financiado por Global Development Network en 2004 sobre las reformas de mercado en 30 países en desarrollo, Mariano Tommasi, actual director del departamento de economía de la Universidad de San Andrés, hilvanó la siguiente hipótesis sobre el boom y la crisis que acababa de atravesar Argentina: posiblemente por su pasado esplendor la sociedad argentina tiene la convicción arraigada de vivir en un país rico, y en consecuencia incita a sus gobiernos a ejecutar políticas que producen cada ciertos años un boom, y esas políticas cortoplacistas inevitablemente terminan en crisis. Estas crisis generan masivas redistribuciones de riqueza, las cuales validan la noción de que el bienestar material no es fruto del esfuerzo, y engendran, así, una nueva generación de clamores por un nuevo boom.

El banco central argentino es fundamental para algunos de los gobiernos cortoplacistas que responden a estos clamores. Esto es porque, ya sea a través de una política monetaria laxa o del financiamiento de la política fiscal, puede ayudarlos a prodigar, por un tiempo más o menos limitado, el crecimiento rápido por el que la sociedad se enceguece.

La independencia del banco central, justamente, se entiende como la libertad de la entidad para conducir la política monetaria sin la influencia o la interferencia del poder político, apuntando en cambio a objetivos establecidos en armonía con el bienestar duradero. Estos objetivos en el caso de muchos bancos centrales tienen que ver con preservar el valor de la moneda o cumplir una meta precisa de inflación, pero en el caso de los bancos centrales más creíbles conllevan un logro aún más valioso, que es el del crecimiento armonioso, la antítesis de los booms y crisis que los argentinos conocemos demasiado bien.

La Ventaja de la Credibilidad

Una de las principales ventajas de un banco central verdaderamente independiente (más allá de los pergaminos) es su credibilidad. Cuando quienes toman decisiones económicas no sospechan de la interferencia política en las decisiones del banco central, esperan que la inflación será en el futuro la que el banco central promete. Esto, justamente, le permite al banco central concentrarse en las aceleraciones o desaceleraciones de la inflación que derivan de aceleraciones o desaceleraciones del producto, casi ignorando movimientos en la inflación que puedan responder a causas pasajeras como sequías o aumentos en ciertos precios internacionales. Un banco central creíble, entonces, tiene mayores chances de lograr, al estabilizar la inflación, estabilizar el crecimiento.

Por ejemplo, en Chile, la inflación llegó a casi 10% en 2008 y a casi -3% en 2009. Sin embargo, las expectativas de inflación a dos años en Chile estaban, como han estado por más de una década, bastante bien ancladas alrededor de 3%, la meta del banco central. Cuando estalló la crisis de 2008-2009 la credibilidad del banco central chileno, cimentada en su independencia, le permitió bajar su tasa de interés de referencia de 8,5% a 0,5% en sólo siete meses, una barbaridad de estímulo monetario en cualquier país normal, que fue instrumental para aliviar el golpe de la crisis, reactivar rápidamente el crecimiento y minimizar el costo social.

Inflación, Expectativas de Inflación, y Tasa de Política Monetaria  

Fuente: Banco Central de Chile (www.bcentral.cl)

El principal valor de un banco central independiente, entonces, es que maximiza las chances de que la política monetaria, mejor todavía si la acompaña la política fiscal, logre el objetivo de la estabilidad, no sólo la estabilidad de la inflación, sino también la del crecimiento. Mal que les pese a los gobiernos populistas o a los mal llamados o autoproclamados keynesianos, la política monetaria y la política fiscal son malos instrumentos para impulsar el crecimiento, pero son excelentes instrumentos para estabilizarlo.

Es un rol menos sexy, pero uno de los más genuinamente progresistas al que puede aspirar la política pública. El crecimiento estable es la base de una sociedad móvil y meritocrática, una en la que el esfuerzo eventualmente paga porque no se lo barre una mega-devaluación o un golpe inflacionario. Los booms, ya sean menemistas o kirchneristas, ya sabemos dónde terminan: las inevitables crisis subsiguientes, las brutales redistribuciones de riqueza para los ricos, y pan, plasma, y platos rotos para los pobres.

Pero, cuidado: tal vez no todo es culpa del Gobierno. Si a diez años de Understanding Reform Mariano Tommasi tiene razón, el Gobierno suministra crecimiento fugaz porque la sociedad le pide crecimiento vertiginoso. Un estadista podría romper ese círculo pero también una sociedad más lúcida. Al post-kirchnerismo, por los más indefensos frente a este final del último boom, ojalá le exija crecimiento estable.


Nota: este artículo está basado en una columna publicada originalmente en BASTION Digital. 

About Author(s)

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Jimena Zúñiga
Directora de BASTION Digital (http://ar.bastiondigital.com) y profesora en la Universidad Torcuato Di Tella. Antes trabajó en Barclays Capital, el Banco Mundial, Africare Senegal y Global Development Network. Máster en Políticas Públicas de la Universidad de Harvard y estudió Publishing en Columbia University.